Vivimos en un país que se la coge con papel de fumar, donde aparece un
toro y se lía. Porque aquí, cuando no son los que protestan contra el maltrato
animal –que suelen aprovechar para despelotarse– le toca a los políticos
nacionalistas de Cataluña, que son otros exhibicionistas y
tienen alergia a todo lo español.
Y ahora resulta que cuando el marchador murciano Miguel Ángel López aparece tras ganar su medalla de bronce junto a
una bandera con el Toro de Osborne, hay quien se sube por las paredes. ¿Pero no
habíamos quedado en que la Selección Española
de fútbol se convirtió en La Roja y la de baloncesto en la ÑBA?
¿O es que no jugamos a las banderitas autonómicas cuando nuestros futbolistas
ganan alguna competición?
Si hasta Javi Martínez,
defensa del Bayern Munich se puso a
celebrar la última Copa de Europa
con la bandera de su pueblo, que tiene su guasa. Y es que –nuestra memoria es
muy frágil– ya casi nadie se acuerda de Susaeta,
un jugador del Athlétic de Bilbao,
que hace unos meses hablaba de ‘la cosa’ para evitar decir España cuando fue
convocado para la Selección.
La foto del atleta de Murcia,
de Llano de Brujas, resulta
entrañable. Porque reivindica los noventa Toros de Osborne que aún quedan en
nuestras carreteras. Esos gigantescos morlacos que sufren el maltrato de tanto
cafre que utiliza su corpachón indefenso, y sus atributos, para hacerle
pintadas o meterse con España.
Menos mal que siempre nos quedará el recuerdo de Javier Bardem, que en ‘Jamón, Jamón’ seducía a una
jovencísima Penélope Cruz. En Los Monegros, a la vera de un Toro de Osborne y gracias a Bigas Luna, que decía amar a las
mujeres mediterráneas porque “mientras comemos hablan de comida”. Y es que,
según ese director tan peculiar, el amor y la belleza se disfrutan comiéndolos,
algo imposible de entender por un anglosajón.
Ya puestos, podríamos recibir a la flota británica con los pesqueros
de Algeciras luciendo banderas con
el toro. Total, el apellido Osborne
viene de un inglés que se instaló en Cádiz
en 1772, casi sesenta años después de que el Reino Unido se plantara en el Peñón
de Gibraltar.
Pues yo, en esta nueva guerra de Gila, reivindico
el Toro de Osborne.
Y olé.
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