Esperemos que Rajoy tenga razón, por fin, al anunciar
que en 2013 las cosas van a cambiar. Y ojalá que la Lotería de Navidad sea la confirmación de que Los Mayas estaban equivocados
y que para el final de España aún queda mucho. Porque a Carlos Fabra, que se sepa, no le ha tocado este año el Gordo
y, además, el premio ha estado muy repartido. Esto, como principio, es muy
esperanzador.
Para mayor satisfacción, los
niños
de San Ildefonso han regado de millones a parados, empleados de
empresas en suspensión de pagos y jubilados escaldados con las promesas del Gobierno. Sí señor, es lo que
necesitábamos, una inyección de moral. Y si esto se traduce en dinero contante
y sonante, mejor.
¡Qué bella es la imagen de dos
desempleados, Noelia –que trabajaban
como asistente en una cadena farmacéutica– y Luis –que se ganaba la vida como electricista–, besándose y
sujetando el décimo de Navidad que salvará a su familia de caer al precipicio
en Alcalá de Henares!
Es más edificante, desde
luego, que el rictus, entre malhumorado y justiciero, de Andrea Fabra –la hija del ex presidente de la Diputación de Castellón, a quien le tocó hasta siete veces la
Lotería– cuando celebraba desde su escaño en el Congreso que Rajoy iba a darle un tajo a la prestación de los parados.
“¡Que se jodan!, decía la
diputada del PP, en una memorable intervención. Habrá que recordárselo hasta que el desempleo no
alcance, como mínimo, unos niveles presentables para un país que se permite construir
aeropuertos inservibles como el de Castellón, donde una estatua en honor a su
padre espera la llegada de los aviones.
Y también resulta entrañable,
y metafórica, la imagen de Francisco
Castaño, un olivarero de Jaén
que evitará el embargo de su casa con los 400.000 euros del primer premio. El
hombre, rebosante de emoción, posaba para los fotógrafos sin disimular la falta
de uno de sus dientes.
Francisco, tras pasar por el
Juzgado para evitar el desahucio, podrá
igualar su dentadura. Y dejará de estar mellado, como esta España amenazada por
la piorrea de sus Autonomías y ese insoportable dolor de muelas llamado Cataluña.
Como en los cuentos de
Navidad, la Lotería ha devuelto la esperanza a los parados, hará más atractivos
a los feos y convertirá en princesas a algunas de las muchachas del barrio de El Chorrillo, uno de los más sacudidos
por la crisis en la ciudad de Cervantes.
Ahora, y después de la
inyección de moral de Fofito en el
anuncio de Campofrío, ya sólo falta
que el Rey diga que expulsa de su
familia a Urdangarin. Pero, claro,
la felicidad no puede ser completa.
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