Los españoles que acaben en
la cola del paro, después de buscarse la vida en Alemania, ya saben cuál
es el primer consejo: dejar de comer carne. Luego, hacerse huertanos con el
trozo de tierra que les dejen. Seguidamente, beber agua del grifo, que la
embotellada está muy cara. Y los refrescos, la cerveza y el vino, ni te cuento.
Como eso de bañarse también
gasta mucho líquido, a ducharse tocan. Y rapidito, igual que en la mili. Así lo
aconseja una guía para los desempleados de Schleswig-Holstein, que –además
de ser una región muy difícil de pronunciar– está al norte de Alemania,
lindando con Dinamarca.
Pues nada, como muchos españoles
ya tenemos experiencia en eso de masticar césped, para ver si bajamos la tasa
de alcoholemia, según el reciente estudio de la aseguradora Línea Directa,
vamos sobradamente preparados. Además, después de ponernos ciegos a botellón,
sabemos que no hay nada como el agua del grifo. Qué más da si es gorda, caliza
y sabe a rayos. Con que nos quite la cogorza, vale.
Y que el funcionario de la
oficina de empleo alemana se pone farruco a la hora de aprobar el subsidio,
pues nos liamos a hacer flexiones y listo. Si es que los españoles, después de
cinco años de una desgracia tras otra, estamos hechos a todo.
Además, si tenemos que
hacernos vegetarianos, pues venga. Total, nos estamos quedando sin restaurantes
en los que comer solomillo cuando acertemos la Primitiva. Porque, sólo en Madrid,
una quinta parte de los antiguos locales de postín, como Jockey o Club
31, ya no sirven ni el plato del día.
Y al que no cierra porque
los clientes ya se llevan el tupper
al curro, llegan los inspectores de Montoro y le precintan la bodega,
como le pasó a Sergi Arola. Y eso por una deuda de 148.000 euros,
que son una miseria comparados con los 3,6 millones que adeudaba Arturo Fernández,
el presidente de la patronal madrileña. Pero, que si quieres arroz, van y le
chapan el restaurante a todo un cocinero con dos estrellas Michelín.
Es que no respetan nada.
Vamos, que desde que a los Bardem
les diera por hacer un ERE en ese restaurante tan cuco que regentaban en la
capital, ya puede pasar cualquier cosa. Hasta que reservemos mesa desde nuestro
smartphone con las baterías recién cargadas
de orina. Así lo aseguran unos científicos británicos. Porque ya somos como el
náufrago de García Márquez, que aguantamos lo que nos echen.
Lo que nos echen, sí, y lo que queda por llegar... que también lo soportaremos estoicamente.
ResponderEliminarSoberbio artículo, Emilio. Extraordinario, visto desde la óptica de la ironía y la más cruda realidad.
Un abrazo.
Desde 2008 no hemos dejado de caer. Y no me refiero al bolsillo. Tragamos lo que haga falta y aceptamos absolutamente todo. Pragmatismo dicen muchos. Dejarse llevar, bajar los brazos y cobardía. Así lo califico yo.
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