viernes, 27 de septiembre de 2013

España, ese país que no mueve el culo

 
Cuatro de cada diez españoles sólo se mueven para ir del frigorífico al sofá. Y es que no hay quien nos entienda. Porque nos pasamos la vida quejándonos de lo mal que está la cosa y, en lugar de salir corriendo, nos tiramos al sillón en cuanto podemos. Y, como nuestro ejemplo a seguir es Homer Simpson, resulta que la cuarta parte de los niños de cinco y seis años padece sobrepeso.
 
Ya sabíamos que nos espera una vejez para echarse a templar. Pobres, desahuciados y sin acordarnos de la última vez que cobramos una nómina. Pero es que ahora resulta que estaremos gordos, con el colesterol por las nubes y los músculos atrofiados. Y eso por no mover el culo.
 
Si es que ya no vamos ni al cine, entre otras cosas porque se ha puesto para ricos. Y los campos de fútbol están que dan pena, medio vacíos. Porque hay que colarse, o estar una semana comiendo sopas de ajo, para decirle cuatro cosas a Cristiano Ronaldo. Y aunque el Gobierno sigue empeñado en meternos en cintura, con su obsesión por los impuestos, el personal ya ni se mueve.
 
Tenemos el coche parado, porque no hay quien eche gasolina. Y la bicicleta está para los valientes. Porque ya el año pasado un estudio de la Fundación Mapfre revelaba que lideramos el ranking de ciclistas muertos en carretera.
 
Si a esto le sumamos que el transporte público es un desastre en muchos lugares de España dan ganas de no salir del salón de casa. Y es que la tasca, donde antes arreglábamos el mundo, ya no se puede ni pisar.
 
Porque fue decir Zapatero que se tomaba el cafelito a 80 céntimos y empezar a subir como la espuma. Así, en cuatro años, y con la ayuda del Gobierno, nuestros alcaldes y presidentes autonómicos, han cerrado en España más de 70.000 bares.
 
De manera que el botellón, lo mismo que el tupper en el curro, se está quedando como alternativa para hablar de fútbol. Aunque, dentro de poco, ni eso. Porque este último año, y sólo en Madrid, ya le han caído al personal 18.000 multas por consumir alcohol en la calle.
 
Y es que el botellón, a este paso, se va a quedar para las fiestas de bienvenida universitaria. Dentro de un corralito, como los columpios de los niños.
 

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