Cuatro de cada diez
españoles sólo se mueven para ir del frigorífico al sofá. Y es que no hay quien
nos entienda. Porque nos pasamos la vida quejándonos de lo mal que está la cosa y,
en lugar de salir corriendo, nos tiramos al sillón en cuanto podemos. Y, como
nuestro ejemplo a seguir es Homer
Simpson, resulta que la cuarta parte de los niños de cinco y seis años padece
sobrepeso.
Ya sabíamos que nos espera
una vejez para echarse a templar. Pobres, desahuciados y sin acordarnos de la
última vez que cobramos una nómina. Pero es que ahora resulta que estaremos
gordos, con el colesterol por las nubes y los músculos atrofiados. Y eso por no
mover el culo.
Si es que ya no vamos ni al
cine, entre otras cosas porque se ha puesto para ricos. Y los campos de fútbol
están que dan pena, medio vacíos. Porque hay que colarse, o estar una semana
comiendo sopas de ajo, para decirle cuatro cosas a Cristiano Ronaldo. Y aunque el Gobierno
sigue empeñado en meternos en cintura, con su obsesión por los impuestos, el
personal ya ni se mueve.
Tenemos el coche parado,
porque no hay quien eche gasolina. Y la bicicleta está para los valientes. Porque
ya el año pasado un estudio de la Fundación
Mapfre revelaba que lideramos el ranking de ciclistas muertos en carretera.
Si a esto le sumamos que el
transporte público es un desastre en muchos lugares de España dan ganas de no salir del salón de casa. Y es que la tasca,
donde antes arreglábamos el mundo, ya no se puede ni pisar.
Porque fue decir Zapatero que se tomaba el cafelito a 80
céntimos y empezar a subir como la espuma. Así, en cuatro años, y con la ayuda
del Gobierno, nuestros alcaldes y
presidentes autonómicos, han cerrado en España
más de 70.000 bares.
De manera que el botellón,
lo mismo que el tupper en el curro,
se está quedando como alternativa para hablar de fútbol. Aunque, dentro de poco,
ni eso. Porque este último año, y sólo en Madrid,
ya le han caído al personal 18.000 multas por consumir alcohol en la calle.
Y
es que el botellón, a este paso, se va a quedar para las fiestas de bienvenida
universitaria. Dentro de un corralito, como los columpios de los niños.
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